Alemania marcha a la crisis sin claridad ni líderes
Todos los expertos coinciden en que Alemania avanza raudamente hacia una gran recesión durante el próximo invierno boreal. La crisis en la locomotora de la economía regional en algún momento va a arrastrar al resto de la Unión Europea. Aunque lo adjudiquen a diversas causas, todos coinciden en que el mayor responsable por la debacle coyuntural es el aumento de los costos de la energía. Al mismo tiempo, mientras que los medios y los principales actores políticos apuntan hacia la “dependencia” de China como mayor problema estructural de la economía alemana, los representantes de la gran industria prosiguen pragmáticamente con sus negocios en la gran potencia oriental, al mismo tiempo que aprovechan la ayuda estatal para abrir nuevos mercados en el Sureste Asiático. Sin embargo, el predominio en la dirección del Estado de un discurso ideológico que identifica falsos adversarios y no llama a las cosas por su nombre hace muy difícil dar el golpe de timón que devuelva al gigante el liderazgo sobre la economía europeo.
El miércoles pasado el Consejo Asesor de la Economía Alemana (Sachverständigerrat der Deutschen Wirtschaft) presentó en Berlín su informe anual. El Consejo Asesor es una institución oficiosa compuesta por cinco destacados economistas del establishment que habitualmente en noviembre presenta un informe y una prognosis sobre la marcha de la economía alemana que sirven para guiar las políticas económicas y financieras del país. Como para el próximo año los expertos esperan un descenso del PBI del 0,2%, el documento se concentró en explorar los caminos para superar la crisis actual.
Otros centros de estudios y consultoras tienen una opinión similar. Por ejemplo, en el Test del Mercado Financiero del Centro Leibniz de Investigación Económica Europea (ZEW), una encuesta mensual entre 350 expertos financieros de bancos, compañías de seguros y grupos industriales sobre el mercado financiero internacional, las perspectivas económicas han vuelto a deteriorarse. Los valores actuales sólo fueron inferiores entre noviembre de 1992 y febrero de 1993 (por el peso de los costos que acarreó la fusión de ambos estados alemanes), explican los investigadores del ZEW.
También el Commerzbank apunta en la misma dirección. Su indicador cayó recientemente de 0,71 a 0,5 puntos, el mayor descenso en once años. Las razones fueron el debilitamiento de la economía mundial, la subida de los tipos de interés y la caída del índice de compras entre Estados Unidos y Europa. El aumento del comercio entre Europa y China sólo compensó parcialmente el descenso. Dadas las circunstancias, el Banco espera una recesión en los meses de invierno. A su vez, el Instituto de Investigación Económica (IWF, por su nombre en alemán) encuesta periódicamente a más de 9.000 empresas sobre cómo valoran su situación actual y sus expectativas empresariales para los próximos seis meses. En octubre, al igual que el ZEW, los encuestados afirmaron que la situación era difícil. Los sectores de la industria y la construcción, en particular, son los que más están sufriendo la situación económica. La utilización de la capacidad en el sector manufacturero ya ha caído al 84,6 por ciento y el indicador de la industria de la construcción cayó a su nivel más bajo desde enero de 2016.
Luego de que se superaran las restricciones por la pandemia de Covid19, señala el informe del IWF, en la primera mitad del año el mercado laboral estaba al rojo vivo. Sin embargo, al subir la inflación y los tipos de interés, el boom se está enfriando. En Estados Unidos en septiembre pasado las ofertas de empleo se han reducido al nivel de febrero de 2020. El panorama es similar en la eurozona, donde la disposición a contratar nuevo personal cayó a su nivel más bajo en 18 meses. Y en el Reino Unido, la tasa de desempleo prevista para 2023 se elevó por última vez del 4,1% al 4,5%. En el caso de Alemania, finalmente, los economistas suponen que la tasa de desempleo podría aumentar en 0,6 puntos, hasta el 5,5%, en el próximo año.
El índice de gestores de compras del sector privado también cayó en octubre, de 45,7 a 44,1 puntos. Impulsados principalmente por los altos costos de la energía y la débil demanda de bienes industriales, los índices se deterioraron con la misma fuerza que hace casi dos años y medio, cuando comenzó la pandemia. Sin embargo, hay un punto positivo: “A pesar del descenso del crecimiento y de las perspectivas empresariales decididamente sombrías, los niveles de empleo aún no han caído, lo que apunta a la resistencia del mercado laboral alemán”, dijo el economista de S&P Phil Smith.
Mientras que las consultoras y los centros de investigación alemanes son relativamente pesimistas, la Comisión Europea (CE) considera a Alemania como un freno al crecimiento de Europa. El país entrará en recesión el próximo año y arrastrará a toda la UE. En su informe de otoño la Comisión prevé que la economía germana se contraerá un 0,6% en 2023.
Según el informe de la Comisión, durante el próximo invierno el conjunto de la economía europea entrará en recesión. La razón es la elevada incertidumbre por la guerra, los altos precios de la energía y la pérdida de poder adquisitivo de los hogares por la elevada inflación. Aunque en la mayoría de los países de la UE y en la UE en su conjunto el informe prevé que en 2023 la debilidad se compensará, no será así en Alemania.
Se prevé que la inflación alcance este año un máximo del 8,5% en la zona del euro y del 9,3% en el conjunto de la UE. También se calcula que los precios subirán rápidamente el próximo año, con una inflación del 6,1% en la zona euro y del 7,0% en el conjunto de la UE. Para Alemania, también en este caso la Comisión pronostica un valor peor, con una inflación del 7,5%. Las previsiones recién vuelven a ser halagüeñas para 2024. Para entonces se espera que la economía de la UE crezca un 1,6%. Sin embargo, aunque Alemania en ese año se esté recuperando, seguirá estando rezagada, con una previsión de crecimiento del 1,4%.
En este contexto se ha desatado un debate ideológico sobre la “reorientación” de la economía alemana, que desde principios de la década de 1980 tiene una estrecha interdependencia con China. Las sinergias productivas entre ambos países son enormes y hasta el estallido de la guerra en Ucrania los ferrocarriles del país asiático transportaban cada vez más partes y productos semiterminados en ambas direcciones. No casualmente una de las primeras víctimas de la guerra fue el transporte terrestre entre ambas potencias. Luego vinieron las sanciones contra Rusia y, aunque de diferente carácter, también muy dañinas, las dispuestas por EE.UU. para castigar la industria china de semiconductores.
Hace un par de meses los medios concentrados y los cerebros de la coalición gobernante de socialdemócratas, liberales y verdes comenzaron a reflexionar en voz alta sobre que había que “redireccionar” la economía alemana y reducir su “dependencia” del país asiático. Especialmente el ministro de Economía, el verde Robert Habeck, quiere animar a la economía alemana a alejarse de China. Los apoyos anunciados para abrir nuevos mercados han sido bien recibidos, pero hace tiempo que las empresas vienen tratando de diversificar sus asociaciones estratégicas y de hallar nuevos mercados y el camino probablemente sea más largo de lo que espera el inexperto Habeck, quien hasta su nombramiento hace un año nunca había tenido que ver con la dirección de la política económica.
Esta semana el ministro viajó a Singapur acompañando al Canciller Scholz a la 17ª Conferencia Alemana de Negocios (APK, por su nombre en alemán) que se reunió el 14 de noviembre. De ahí ambos siguieron a Bali, a la reunión del G20 del 15 y 16, para finalmente aterrizar en Bangkok, para participar el 18 de noviembre en la reunión de jefes de Estado y de gobierno de la Conferencia Económica para Asia y el Pacífico (APEC, por su nombre en inglés). La maratón de encuentros y conferencias subraya la importancia que Asia Oriental y Suroriental así como los países latinoamericanos de la Cuenca del Pacífico han adquirido en la economía mundial.
A primera vista el ministro y los máximos representantes de la industria y las pequeñas y medianas empresas alemanas defienden la misma posición. Sin embargo, Habeck está señalando una dirección que muchas empresas ya han tomado hace tiempo. Casualmente la maratón de conferenciaen el Sureste Asiático llega en un momento en que todas las potencias han puesto las relaciones entre Alemania y China bajo la lupa. Los grupos dirigentes de Alemania se debaten entre la ideología y la realidad, sin identificar claramente los objetivos e intereses nacionales. Hace poco Berlín permitió a la empresa estatal china Cosco adquirir una participación minoritaria en el puerto de Hamburgo, pero rechazó una adquisición del fabricante de chips Elmos por parte de una empresa con participación estatal china. Además, el canciller Olaf Scholz hizo una visita a Beijing buscando el entendimiento con Xi Jinping, pero reclamando el fin de la guerra en Ucrania y poniendo sobre la mesa las acusaciones occidentales por violación de los derechos humanos en Xinjiang, tal como le reclamaron sus socios del FDP y los Verdes. Si el rumbo estuviera claro, se trataría de fintas diplomáticas, pero, como nadie sabe para dónde va el país, tantas idas y vueltas confunden más de lo que aclaran.
Y, por último, Habeck sigue machacando sobre las relaciones con China. Cuando inauguró la 17ª Conferencia de Negocios Alemanes para Asia y el Pacífico (APK, por su nombre en alemán) junto con el director general de Siemens, Roland Busch, éste se mostró francamente entusiasmado. En debates públicos y no públicos, Busch y Habeck subrayan repetidamente lo cercanas que son sus valoraciones. Lo que el ministro no dice, es qué ocurriría si Beijing da un corte al conflicto por Taiwán. Si Alemania pretendiera imponer contra China sanciones como las que se aplican actualmente contra Rusia, razonan, resultaría un sinfín de trastornos para las inversiones alemanas en el país asiático. Aun así, el ministro supone que la industria alemana podría desacoplarse de China en pocos años, pero el CEO de Siemens maneja otros tiempos: “reducir la dependencia de China, dice, no es cuestión de tres a cinco años. Quizá sólo veamos los efectos completos dentro de 20 años”. La realidad siempre es más fuerte que los discursos.
Cuando los empresarios alemanes reunidos en Singapur hablan sobre posibles ubicaciones alternativas a China, rápidamente queda claro que ningún país de la región puede ofrecer una calidad comparable en la producción, y mucho menos una densidad de proveedores rudimentariamente comparable. La estabilidad política y la seguridad jurídica tampoco se dan en todas partes, haya o no competencia de sistemas, como existe entre China y los países occidentales.
Las empresas alemanas facturan en Asia más de 500.000 millones de euros, de los cuales sólo la República Popular China representa algo más de la mitad. Los procesos de producción están estrechamente vinculados y tienen varios niveles. Y Habeck también sabe que en los próximos años no sólo la empresa privada alemana dependerá de China, sino también el gobierno: la transición hacia las energías renovables no será posible sin materias primas, paneles solares y aerogeneradores procedentes de China. China, a su vez, necesita los productos de vanguardia que las empresas alemanas suministran, estén o no instaladas en el país asiático. La interdependencia sino-germana será imposible de disolver por muchas décadas.
La administración de Joe Biden ha adoptado de Trump el enfoque de confrontación con China y lo ha profundizado. El gobierno alemán lo ve con ojos críticos, a pesar de sus buenas relaciones con Biden, pero no lo cuestiona públicamente, porque la nación germana es muy dependiente e EE.UU. en todos los ámbitos. Si en el gobierno participara algún grupo de líderes y asesores que tuvieran en claro la situación central de Alemania en Eurasia, que la obliga a mantener buenas relaciones con el Este y el Oeste, y tuvieran en claro el interés del país por hacer negocios en todos los puntos cardinales, harían menos declaraciones altisonantes en público y más diplomacia estratégica y económica por senderos discretos.
Alemania enfrenta una crisis aún más profunda que la posterior a la reunificación del país, hacia 1992-93, porque en aquella época el mercado mundial sostenía la demanda. Hoy no es así. Las potencias anglosajonas están desacoplándose de Rusia y China para protegerse y han decretado el fin de la globalización. Como en la década de 1930 es tiempo de que cada potencia tenga “su” propio mercado, pero, para conquistarlo, hay que tener claridad de objetivos, fines e intereses. Esta claridad hoy falta en Alemania. Por lo tanto, en los próximos meses la veremos hamacarse como barquichuelo en la tormenta.