Sharenting: los peligros de compartir constantemente la vida de los hijos en redes
La demanda sociocultural que exige estar “en línea” todo el tiempo va construyendo una creencia especialmente en adultos –y más tarde en adolescencias e infancias-, que asumimos sin cuestionar: lo que no se documenta y publica en las redes parece que no existió. Si la foto del cumpleaños de tu hijo/a o sobrino no está en simultáneo online pareciera que ese momento nunca sucedió. Pierde validez.
¿Qué pasa con el material que se sube a internet? Según expresó la Sociedad Nacional para la Prevención de la Crueldad contra los Niños (NSPC), en Reino Unido, “cada vez que una foto o video es publicada, se crea una huella digital del niño que puede seguirlo en su vida adulta”. Además de los riesgos probablemente más extremos, como son el ciberacoso, grooming, pornografía infantil y robos de identidad, aparece otra pregunta: ¿Qué pasa con la cuestión ética de publicar fotos de infancias y adolescencias de manera arbitraria, y en muchos casos, compulsiva? Si esas imágenes los hace sentir vulnerables, humillados, o simplemente se oponen a que ese material esté al alcance de sus compañeros de escuela (por ejemplo), se está vulnerando sus derechos.
En relación al término “sharenting”, refiere a un anglicismo que proviene del verbo share (compartir) y del sustantivo parenting (paternidad).
¿A qué se debe la necesidad de compartir online y de manera compulsiva la vida de nuestros hijos? Para analizar este panorama con sus múltiples aristas NA conversó con Ornella Benedetti, psicóloga y co fundadora de la RedPsi -Psicología a tu alcance-.
Benedetti introduce la problemática puntualizando sobre un tema que no siempre se habla y es clave de visibilizar: la cuestión ética y la responsabilidad que conlleva subir contenido infantil a las redes. “A ninguno de nosotros nos gusta que un amigo o familiar suba una foto o video nuestro sin consultarnos previamente. Esto puede ser por cosas triviales como “no salí lindo/a” o bien porque exponen algo de nosotros que no queremos que se vea. Por suerte, como adultos, contamos con una cierta cantidad de herramientas que nos permiten reducir los “daños”, desde pedir que no lo suban o que no nos etiqueten hasta bloquear publicaciones o incluso hacer una denuncia. Pero en el caso de los niños, no cuentan con los mismos recursos para defenderse. A los niños hay muchas cosas que no se les consultan y se elige por ellos: su ropa, la escuela e incluso el nombre (somos nombrados por otros)”.
Y resalta: “Los adultos subimos constantemente fotos de hijos, sobrinos, y otras infancias y obviamente lo hacemos como un acto de amor. Sin embargo, cada publicación que hacemos tiene el potencial de viralizarse o tergiversarse, por lo que debemos tener cuidado con las publicaciones que subimos de los demás, especialmente de un niño, ya que todas van generando una “huella digital” que en el futuro puede acarrear consecuencias negativas para aquellos a quienes exponemos. Tenemos que ser conscientes de que los niños están desarrollando su propia identidad y debemos respetar su derecho a eso. Exponerlos puede influir en la forma en que los demás los perciben y moldear su imagen pública antes de que tengan la capacidad de hacerlo por sí mismos. Y, sobre todo, lo que más nos preocupa: a veces estamos tan inmersos en la tecnología y las redes que los padres olvidan ejercer su función y están más preocupados por cómo los ven como padres que por poder ocupar ese lugar”.
Huella digital y algoritmos inteligentes
Todo lo que hacemos en internet deja una huella y va construyendo la identidad digital. Teniendo en cuenta esta premisa, ¿cuáles son los principales peligros a los que se ven expuestos los menores? ¿Qué pasa con el factor viral de ese contenido y a la pérdida de control sobre este?
“Las redes sociales abren una puerta peligrosa: Es sabido el crecimiento exponencial a nivel mundial de casos de ciberacoso, grooming, pornografía infantil e incluso de robos de identidad. Pero hay otro peligro del cual no se habla mucho, y es aquel relacionado con cómo los algoritmos “leen” nuestra actividad. ¿A quién no le ha ocurrido sentir que su celular o computadora “lo escucha”? Esta situación conlleva muchas consecuencias”, puntualiza la especialista.
Entre esas consecuencias, sostiene entre las primeras a la pérdida total de control en el mundo digital ya que “los algoritmos aprenden nuestros patrones de consumo y nos muestran constantemente publicidades afines a nuestros intereses lo que puede provocar compras compulsivas y poco premeditadas, especialmente en el caso de los niños”.
Asimismo, advierte que hay que poner “especial atención” en aquellas publicaciones que nos aparecen como material que nos interesaría ver, generando de esta manera una visión sesgada de la realidad. “Cuando recibimos esa información constantemente es fácil creer que todo el mundo piensa de una determinada manera, cuando en realidad es solo como nos hace sentir al ver constantemente publicaciones con opiniones similares. Y esto puede ser especialmente peligroso con temas sociales o políticos”, detalla.
-La necesidad de reconocimiento social sobre el rol de la crianza, ¿qué papel juega en este acto tantas veces inconsciente? ¿Será una cuestión de ego adulto, o bien, responde a una forma moderna de socializar aquello que más amamos con el resto del mundo?
En primer lugar, responde a la forma moderna de socializar. Antes, la gente tenía diarios íntimos y escribía sus intimidades en esas hojas de papel. Hoy en día, el concepto de “íntimo” se ha perdido bastante. Todo es publicable y sin censura, y ese es el problema muchas veces.
Por otro lado, los padres también pueden tener una necesidad inconsciente de recibir apoyo y validación por parte de otros en su rol de padres, buscar elogios y reconocimiento para sentir pertenencia y satisfacción. Hoy en día se está tan preocupado por la mirada del otro en relación a cómo lleva a cabo la crianza que hay una dificultad muy grande justamente en poder ocupar este rol, incluso hasta para poner límites por miedo a ser juzgados.
Por lo general, las personas que constantemente comparten cosas de sus hijos (y principalmente los logros de ellos), más allá del orgullo, también sienten una gran inseguridad personal. Uno puede estar orgulloso sin estar publicando para los demás TODAS las cosas que les pasan a nuestros hijos. En definitiva, hay una incapacidad de discernir muy grande a veces, de comprender que los hijos NO nos pertenecen y que no podemos vivir su vida (y tampoco podemos vivir la nuestra a través de la de ellos, que es lo que ocurre muchas veces).
Recomendaciones si vas a subir contenido de menores
1) Poder limitar un poco la sobreexposición: Tratar de pensar antes de subir algo de nuestros hijos a las redes cuál es el fin de hacerlo. Podemos elegir qué cosas compartir y con quiénes, y qué cosas es mejor y más seguras dejar en el ámbito privado.
2) Poder ver y limitar las reacciones y los comentarios que haya sobre la información que compartimos.
3) A medida que los hijos crecen y son adolescentes, es MUY importante poder respetar sus preferencias y sus deseos sobre lo que se publica de ellos. Escuchar sus opiniones y validarlas, no cuestionarlas. Sobre todo si se trata de su imagen y de algo que los involucra.
4) Tratar de poder despegarnos un poco de las redes y de la tecnología cuando compartimos tiempo con ellos. A veces, por publicar contenido en Instagram o en Facebook, nos olvidamos de vivir el momento, que al fin y al cabo es lo más importante.
5) Escuchar más a los hijos y, sobre todo, escucharnos más a nosotros mismos. Independientemente de lo que la sociedad quiere y espera de nosotros como padres, debemos poder elegir ser quienes queremos ser.
6) Promover la educación digital y fomentar el uso responsable de las plataformas desde niños, educando con el ejemplo y no solo con palabras.