Salud mental en épocas de crisis: cómo reconocer un trastorno depresivo
En tiempos de dificultades económicas, incertidumbre y crisis, el bienestar psíquico de las personas se ve más afectado y, a mayor vulnerabilidad social, mayor es el riesgo de padecer un trastorno depresivo. En el marco del Día Mundial de la Lucha contra la Depresión, que se conmemora cada 13 de enero, especialistas destacan el impacto del contexto en la salud mental y brindan pautas sobre cómo detectar los síntomas de la enfermedad y diferenciarlos de estados de ánimo pasajeros.
Cynthia Dunovits, médica especialista en psiquiatría y jefa de la División de Psicofarmacología del Hospital de Clínicas de la UBA, explica que la principal característica de la depresión es “la persistencia en el tiempo del desánimo, la mayor parte del día y con un impacto en las actividades diarias”. Para graficarlo, ejemplifica: “Las personas ya no pueden continuar haciendo cosas que antes hacían, incluso actividades muy básicas, como un encuentro con amigos o ver una película”.
Para diferenciar un estado anímico temporal, provocado por circuncidas específicas o alguna situación de estrés, respecto de un trastorno depresivo, el médico psiquiatra Manuel Vilapriño Duprat, expresidente de la Asociación de Psiquiatras Argentinos (APSA) y docente universitario, señala que, “fundamentalmente, hay que prestar atención a aquellos síntomas que no permiten el disfrute de la vida”.
En un cuadro de depresión es central la llamada anhedonia, es decir, la incapacidad de experimentar placer. “Esa parálisis de la vida sostenida –entre 14 a 30 días, como mínimo– es un signo característico que la persona podría tener en cuenta a la hora de decir ‘necesito ayuda’”, detalla.
Las cifras de la Organización Mundial de la Salud (OMS) indican que una de cada cuatro personas padece algún tipo de trastorno mental y que la depresión es el más frecuente. Vilapriño Duprat aclara que “el trastorno depresivo es una enfermedad metabólica cerebral” y que existe una vulnerabilidad biológica y genética, es decir, “gente que tiene mayor predisposición a deprimirse que otras ante situaciones de estrés”.
El expresidente de APSA explica que no se trata “solamente de herencia sino de genética individual, de una genética dormida, así como pasa en la diabetes o la hipertensión”.
Dunovits agrega que la depresión tiene un impacto sistémico. “No solo afecta el funcionamiento cerebral, sino que también el apetito, el sueño y los ritmos gastrointestinales”, enumera la médica del Hospital de Clínicas. Esto hace que, si no es tratada, también tenga incidencia, por ejemplo, en el aumento de eventos cardiovasculares.
El impacto social en la salud mental
“Un factor de riesgo fundamental tiene que ver con lo social o socioambiental”, asegura Dunovits, que además destacada que “en momentos de crisis hay un aumento de casos y consultas, porque no solo somos seres biológicos, también somos seres sociales y todo lo personal, lo interpersonal, tiene un impacto directo en nuestro ánimo”.
“En la peripandemia vimos un aumento del 25% de la incidencia de síntomas de ansiedad y depresión, y desde la peripandemia y post pandemia tuvimos en el país un continuado de eventos estresantes y adversos que, por supuesto, tiene un impacto directo”, señala.
Según datos del Observatorio de la Deuda Social Argentina (ODSA), de la UCA, en 2023 un 26,7% de la población sintió malestar psicológico, con proyección a la suba. Es la cifra más alta desde que realizan esta medición, que no evalúa el trastorno depresivo sino la alta sintomatología ansiosa y depresiva.
“Hay una tendencia ascendente en el último período, que corresponde a una situación de post pandemia y agudización de crisis por el contexto económico”, detalla Solange Rodríguez Espínola, doctora en psicología e investigadora del estudio “Condiciones psicosociales 2004-2023: el malestar subjetivo y las carencias en capacidades psicológicas en las personas”.
Rodríguez Espínola añade un dato relevante: “Las clases socioeconómicas medias son las que más incrementaron la sintomatología ansiosa y depresiva en este último periodo”. Esto a pesar de que a lo largo de la serie siempre los sectores más vulnerables fueron los más afectados.
Otro aspecto a destacar del estudio de la UCA es que las mujeres presentan mayor índice de malestar psicológico, y que a nivel etario el segmento con mayor incidencia son las personas de entre 30 y 50 años, donde las responsabilidades del hogar son un gran factor de estrés.
Rodríguez Espínola también subraya la postergación de todo lo referido a los cuidados de la salud mental: la mayoría de las personas encuestadas no buscó asistencia o ayuda, sobre todo en estratos socioeconómicos más vulnerables, “porque no identificaron los síntomas o tienen dificultad en el acceso”.
No subestimar las señales
Para Dunovits, un problema central es que aún hay muchos estigmas y mitos respecto al padecimiento mental. “Se suelen escuchar frases como ‘se deprime el que puede’, como si fuera un permitido medio burgués. Y lo cierto es que es al revés: la mayor vulnerabilidad social genera también un mayor impacto en el ánimo y en la ansiedad”, reflexiona la médica.
Esto hace que muchas personas se autoculpen. Vilapriño Duprat marca que en muchas personas aparece inmediatamente la sensación de reproche, el “quisiera, pero no puedo”. Y ese “no puedo” genera baja autoestima, culpa y malestar.
En ese sentido, Dunovits hace hincapié en no hay que subestimar los síntomas. “El trastorno depresivo –recuerda– genera un impacto en el rendimiento laboral, en los vínculos y también un gasto sanitario, ya que aumenta el riesgo de enfermedades”. El cuadro no tratado lleva también a la desesperanza y, muchas veces, a ideas de muerte, con el riesgo que eso conlleva.
Frente a ese escenario, la especialista del Clínicas advierte que “hay un uso indiscriminado” de las benzodiacepinas, con fármacos como el clonazepam o el lorazepam, “que no son tenidos en cuenta como psicofármacos”. Indica que tienen “un potencial de abuso porque, al generar dependencia, el efecto es cada vez menor”. Por eso, remarca la necesidad de que todo uso de psicofármacos sea supervisado por psiquiatras.
Los hábitos saludables y una buena alimentación son claves en el tratamiento, pero también en la prevención. “Está demostrado que el ejercicio físico tiene un impacto a nivel del ánimo muy similar a los antidepresivos. Los especialistas no podemos solo indicar un psicofármaco y esperar que el paciente mejore”, añade Dunovits. Y aclara que es esencial el acompañamiento de una psicoterapia. Para Vilapriño Duprat, también es central el descanso: el buen dormir implica de siete a nueve horas de sueño, de noche para que sea reparador.
En los momentos de incertidumbre y estrés, Vilapriño Duprat pone en valor los vínculos positivos, sentirse cuidados y queridos. “Vivimos en una sociedad muy individualista y es necesario apostar más por lo comunitario. Hay que dedicar tiempo a los afectos y a la familia”, concluye el médico psiquiatra.