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No estamos entretenidos, estamos anestesiados

Por Lisandro Prieto Femenía

“En el mundo realmente invertido, lo verdadero es un momento de lo falso.”
Debord, “La sociedad del espectáculo”, 1967, tesis 9.

Los seres humanos hemos buscado, desde tiempos inmemoriales, el entretenimiento no sólo como una forma de recreo, sino también como mecanismo de escape de la realidad. Sin embargo, en nuestra actualidad el entretenimiento ha adquirido una dimensión que trasciende la mera distracción, en tanto que se ha convertido en una herramienta clara de control, una anestesia que impide el surgimiento del pensamiento crítico a la vez que refuerza la alienación.

En primer lugar, analicemos el modelo de alienación presentado por Platón, en el Libro VII de “La República”, cuando presenta “El mito de la caverna”, en el cual los prisioneros, encadenados desde su nacimiento, sólo pueden ver sombras proyectadas en la pared del fondo, creyendo que esa representación es la realidad. Esta imagen resulta profundamente vigente para comprender el papel que cumple el entretenimiento en nuestra época, puesto que vivimos rodeados de espectáculos visuales y narrativos que modelan nuestra percepción del mundo y nos impiden dudar o cuestionarlo. Aquí, el peligro radica en que, al igual que los prisioneros de la alegoría de la caverna, muchas personas viven toda su existencia sin desear salir a ver la luz, porque el esfuerzo de pensar por sí mismas les da pavor justamente por ser demasiado perturbador.

“Imagínate a unos hombres en una caverna subterránea, con una entrada abierta a la luz y a lo largo de toda la caverna; están allí desde niños, con las piernas y el cuello encadenados, de modo que deben permanecer quietos y sólo pueden mirar hacia adelante, pues las cadenas les impiden girar la cabeza.”
Platón, “La República”, Libro VII, 514a–515a, trad. García Gual, 2011.

Sin embargo, tenemos que preguntarnos: ¿el entretenimiento es un refugio o una trampa? Pues bien, Platón advertía sobre el peligro de las distracciones, pero también reconocía que el placer, cuando se hace hábito, puede convertirse en una forma de evasión. Sería interesante que nos preguntemos si realmente elegimos entretenernos porque nos da placer o si lo hacemos para evitar el esfuerzo de pensar, sobre todo hoy, donde las pantallas ofrecen un flujo constante de estímulos, generando así una tendencia a la distracción que ha logrado sembrar seres humanos apáticos y pasivos ante lo que acontece.

En segundo lugar, es interesante pensar el impacto que tiene la industria de la cultura y su propensión a la estandarización del pensamiento. Al respecto, Adorno y Horkheimer, en su obra “Dialéctica de la Ilustración” (1944), desarrollaron el concepto de “industria cultural” para referirse a la producción en masa de contenidos culturales con el fin de homogeneizar el pensamiento y perpetuar el status quo: basta con abrir una plataforma de series y películas para notar que la cantidad no tiene vínculo esencial con la calidad.

“La industria cultural no cesa de repetir sin descanso lo mismo con leves variaciones, de modo que la ideología se convierte en una segunda naturaleza.”
Adorno y Horkheimer, “Dialéctica de la Ilustración”, 1944/1972, p. 143.

Los programas de televisión, sobre todo los patéticos “noticieros” conducidos por opinólogos y detodólogos, plataformas de streaming, redes sociales y videojuegos no sólo nos alegran por un rato, sino que apuntan a estructurar la realidad que interpretamos de acuerdo con intereses económicos y políticos bien puntuales, invisibles para quien ya está adormecido. En este sentido, el entretenimiento contemporáneo ha sido diseñado no sólo para divertirnos, sino también para moldear subjetividades, promoviendo siempre un conformismo pasivo con la agenda de turno.

Sobre este aspecto en particular, vale la pena recordar a Walter Benjamin, quien en su ensayo titulado “La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica” (1936), advertía sobre la pérdida del “aura” en las obras de arte debido a su reproducción masiva. Lo que antes exigía una experiencia única y reflexiva, ahora es consumido de manera superficial, mecánica y estandarizada. La conversión del arte en mercancía ha reforzado la lógica de una industria cultural que considera que lo importante no es el contenido, sino su capacidad de generar consumo inmediato. La pregunta que debe surgir aquí es: ¿cuánto espacio nos queda para la reflexión en una sociedad en la que las artes se han convertido en productos de consumo vacío y masivo? Fácil de ver simbólica y analógicamente si comparamos una obra de Dalí y una banana pegada en una pared con cinta de construcción, o cómo fue que pasamos de Mozart a Maluma. Algo se perdió en el camino.

“Incluso en la más perfecta reproducción falta una cosa: el aquí y ahora de la obra de arte, su existencia única en el lugar en que se encuentra.”
Benjamin, “La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica”, 1936, p. 16.

La paradoja es que, en lugar de fomentar la ilustración y la emancipación, los medios masivos de entretenimiento se convirtieron en instrumentos de embrutecimiento colectivo, ofreciendo así una versión edulcorada de la vida que mientras disuade el pensamiento crítico, permite todo tipo de injusticias, mientras todos estamos “entretenidos”. Como advertían Adorno y Horkheimer, esta industria genera la ilusión de diversidad mientras que en realidad está estandarizando los contenidos, reduciendo la posibilidad de un debate genuino.

En tercer lugar, tenemos que profundizar en el precitado asunto de la distracción como estrategia de control. Quien trató exhaustivamente este tema fue Guy Debord, en su obra “La sociedad del espectáculo” (1967), cuando sostenía que vivimos en una era en la que la representación ha sustituido completamente a la realidad. Esto quiere decir que la vida cotidiana ha sido invadida por imágenes, narrativas y simulacros que no sólo nos causan placer, sino que definen la manera en que experimentamos el mundo. En este contexto, el entretenimiento deja de ser un mero pasatiempo para convertirse en una estructura de dominación cultural que condiciona la percepción y la acción de una masa gigantesca de ciudadanos que han decidido abiertamente abandonar el pensar.

Debord sostiene que vivimos en un mundo en el que el entretenimiento no sólo es una forma de ocio, sino un mecanismo de control: en lugar de enfrentarnos con la realidad, para poder cambiarla, consumimos imágenes, noticias direccionadas y fragmentadas y contenido superficial y banal que nos mantiene en un estado de abulia permanente. La pregunta que nos tenemos que hacer en este punto es: ¿nos entretienen o nos adormecen?

“El espectáculo no es un conjunto de imágenes, sino una relación social entre personas mediatizada por imágenes.”
Debord, “La sociedad del espectáculo”, 1967, tesis 4.

En definitiva, desde este enfoque el espectáculo no es simplemente un conjunto de imágenes, sino una relación social mediada por imágenes seleccionadas por otros para nosotros. Esta relación convierte a los sujetos en espectadores pasivos, cuya participación con la realidad se reduce al consumo y repetición de representaciones previamente digitadas y planificadas por los productores de contenidos masivos. La consecuencia de esto es que la crítica, la reflexión y la acción política se diluyen en un mar de estupideces, donde lo urgente se disuelve en lo trivial.

En conclusión, como siempre lo hacemos, sugerimos considerar el pensar como un acto violento de legítima defensa. Si el entretenimiento moderno funciona como morfina que neutraliza el pensamiento, entonces dudar se convierte en parte del combate necesario. La filosofía, entendida como el ejercicio del cuestionamiento permanente y la búsqueda de conocimiento, se opone radicalmente a la cultura de la distracción permanente. Recuperar el tiempo para la reflexión, cuestionar los relatos impuestos y buscar múltiples perspectivas son pasos fundamentales para empezar a salir de la caverna, resistir la estandarización del pensamiento único y desmantelar el espectáculo ridículo disfrazado de arte.

Si nuestro mundo está dominado por la saturación de imágenes, información falsa y entretenimiento hueco que pretende suplantar la realidad acuciante, el desafío no es sólo cuestionar qué consumimos, sino también cómo lo hacemos. Asumir una actitud crítica frente al entretenimiento no significa rechazarlo en su totalidad, sino intentar comprender sus mecanismos y decidir conscientemente cuándo y cómo participar de él sin perder nuestra libertad de ejercer nuestra capacidad de pensar. Porque, en definitiva, como ya sabía el gran Platón, dicha libertad comienza cuando nos atrevemos a mirar más allá de las sombras proyectadas en la pared.

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