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La previa de la Nochebuena: Un momento donde el tiempo no pasa y parece llover nostalgia

Por Sergio Alcázar

La navidad tiene su momento de encantamiento, un espacio de ensueño preso de una dimensión en donde habitan, todos mezclados, los instantes sin tiempo, un lugar en donde podemos ver muy de cerca los recuerdos y participar, aunque sea brevemente, una vez más de ellos. Ese momento lo podemos encontrar previo a la reunión familiar en cada casa, en cada barrio y se presenta como un período de paz, decorado muchas veces de cómplices silencios. Si nos quedamos quietos en su calma y cerramos los ojos, por su mágica ventana nos visitarán de nuevo, todos los antiguos afectos.

Será muy real la imagen de la abuela acomodando la mesa, el viejo preparando el fuego para el asado, mamá a las corridas haciendo las compras de último momento y los amigos pasando por casa para coordinar donde vernos después del brindis de medianoche.  

Cada año a esa misma hora me atrapa la nostalgia y prisionero de esa cárcel festiva sin tiempo, una sensación poderosa me obliga a mirar hacia atrás, en un viaje retrospectivo por la vida y me doy cuenta allí mismo de todos los sueños que me quedaron inconclusos, de todas las cosas buenas que he conseguido, de los esfuerzos y de los sacrificios que valieron la pena. Caigo en la cuenta de los amigos que me regaló en este tiempo el destino y también, los desencantos que sufrí muy a pesar mío, en el camino de los días.

Justo en ese interregno especial afloran los sentimientos y me siento más vulnerable, porque en la caprichosa emotividad navideña las emociones regresan para decirme que tan buena o mala persona pude llegar a ser debido a las consecuencias de mis actos.

Si en ese momento se me da por mirar al cielo me daré cuenta que hasta las estrellas se muestran diferentes, porque ahí mismo uno las ve con el corazón abierto y eso te da la necesidad de pedir por deseos, propios y ajenos, por esa tan particular bondad que nos lleva de la mano cada Nochebuena. Que nos hace despojarnos de todo egoísmo, aunque sea por ese pequeño instante, para hacernos sentir puros, simplemente, extrañamente puros y si en ese “espacio” de tiempo tendríamos la posibilidad de tomar las decisiones más importantes de nuestra vida, todo sería muy diferente…

Por esa razón, en estas nuevas fiestas se debería aprovechar de ese instante para saber que queremos ser en realidad en esta vida, para predisponernos de la mejor manera para el festejo, para poder armar en nuestro cuerpo un pesebre lleno de buenos pensamientos, que nos sirva, no solo para iluminar el futuro sino para que nos guie con sabiduría a transitar el presente.

¡¡¡Felices Fiestas para todos!!! Disfruten de lo que tienen, que seguro es lo más importante y sobretodo, denle valor a esta noche. Para aquellos que se juntan en familia, para los que la pasan solos, no interesa tanto que sean muchos o pocos alrededor de la mesa a la hora del brindis, eso quizás no se lo más importante, porque para acompañar con el mejor ánimo el nacimiento del niño Jesús tendrá mucho que ver los que hagamos en ese momento especial, rodeado de paz, donde el tiempo no pasa y parece llover nostalgia, esa que nos lleva a alimentar de buenas intenciones el alma.

Ese rato nos otorga la extrañeza de su profunda soledad para que así afloren los mejores sentimientos y es justo allí, cuando la magia de la Nochebuena se hace presente, ni antes ni después, regalándonos esa ocasión que nos abre una sutil puerta para poder encontrarnos con lo mejor de nosotros mismos. Si nos detenemos y prestamos atención nos daremos cuenta que esto siempre ha sucedido cada 24 de diciembre, cuando las estrellas en ropa de gala empiezan a iluminar y darle brillo al firmamento, precisamente esto inevitablemente ocurre en la dulce espera de la Navidad, justo en la previa de la cena familiar, a eso de las 20 horas, minutos más, minutos menos…

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