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“La arqueología le da profundidad temporal a la identidad”, dice un científico del Conicet

Ser arqueólogo no es una decisión fácil, no es una carrera universitaria popular, como medicina, abogacía u otras, sin embargo hay profesionales que “aman” ser arqueólogos y afirman que su trabajo “es fascinante”, según dijo a Télam Diego Catriel León (50), doctorado en esta disciplina e investigador del Conicet, quien reflexionó que la arqueología le “permite pensarme”.

Catriel, quien además es vicedirector del Instituto de Estudios para el Desarrollo Social (Indes), que es una Unidad Ejecutora de doble dependencia del Conicet y la Universidad Nacional de Santiago del Estero, trabaja en esta provincia hace once años y lleva adelante diferentes trabajos de investigación, pero especialmente sobre la historia ocupacional y dinámica social de las sociedades indígenas.

“La arqueología me permite pensarme”, reflexiona Catriel, quien además agrega que “es pensar en el otro, a partir de un objeto, y eso nos permite pensarnos, es como pensar una realidad que es muy distinta a la nuestra”.

“De alguna manera estás haciendo un ejercicio en que te estás pensando y eso es para mí la arqueología”, añadió.

Al brindar un concepto más común, dijo que “la arqueología tiene que ver con el estudio de las poblaciones indígenas del pasado a partir de sus materialidades”.

En ese aspecto de las materialidades, dio como ejemplo que “ahora estamos pensando que hay otras corporalidades” ya que dijo que en “la racionalidad occidental tenemos un cuerpo en donde las personas morimos y el cuerpo ya no es la persona”.

Mientras indicó que “para las poblaciones indígenas, incluso santiagueñas, el culto a los ancestros era muy importante”, entonces con ese cuerpo “en realidad hay una transformación en otras corporalidades”.

“Entonces llegar a pensar en eso es también es hacer una reflexión sobre uno mismo”, manifestó.

Al hablar sobre cómo decidió ser arqueólogo, comentó que “los caminos por ahí son raros en cómo termina definiendo su profesión que a uno le gusta, yo amo ser arqueólogo y lo sería si no fuera investigador de Conicet o docente universitario, que también me han permitido desarrollar esta profesión”.

Siendo joven, ingresó a la Universidad de la Plata para estudiar Agronomía, sin embargo, no se sintió “cómodo” y se pasó a Antropología, de lo cual se recibió y en los trabajos de campo que realizaba para esa carrera “conocí la arqueología y me gustó”. Por lo que en el 2005 comenzó a realizar el doctorado en Arqueología y viviendo en Santiago del Estero culminó el doctorado e ingresó a trabajar en la Unse y en proyectos de investigación.

Recuerda que lo que lo marcó para estudiar arqueología, fue un trabajo de campo, de siete días, en las playas de Necochea, en donde junto a otros compañeros recorrieron en una camioneta la costa y “nos teníamos que meter hacia dentro, estaba buenísimo, porque era conocer de otra manera, empiezas a hablar del pasado a partir de un objeto”, lo cual “me fue fascinando y transformó la arqueología en mi profesión”.

Catriel habla con pasión de sus trabajos e investigaciones, y una de ellas es la que llevaron a cabo en la localidad Para Yacu, al sur de la provincia de Santiago del Estero.

“Es un sitio medio icónico, porque lo visito Olimpia Righetti, Delgado, Aníbal Monte, Raúl Ledesma, Amalia Gramajo, es un sitio muy interesante que tiene arte rupestre. Son dos sitios que están distante a 30 metros, uno es una especie de bloque de roca que esta abovedado con pinturas, el cual fue el menos estudiado porque la pintura está muy desvaída y el otro es un paredón vertical que además de estar grabado está pintado y de ese es el que más aparece en fotos”, contó.

“Nosotros trabajamos sobre el otro en donde los motivos están mucho más desvaídos, ahí excavamos en 2017, y en agosto relevamos ese sitio con una colega especialista en arte rupestre”, comentó.

Al respecto dijo que, si bien muchos se interesaron por esta zona para sus investigaciones, “los paradigmas teóricos cambian, las posturas y metodológicas también cambian, en la época de Amalia por ejemplo el arte rupestre se entendía como que el dibujo representaba a algo y las posturas metodológicas que nosotros estamos usando es que en realidad no está representando a algo, está siendo algo”.

“El bloque con la pintura es esa piedra, con una característica particular para esas poblaciones, que a su vez con esos grabados esa roca está adquiriendo una característica particular, está siendo otra cosa, no está representado, está siendo”, sostuvo.

Por lo que sostuvo que “la roca está viva para estas poblaciones, comparten espiritualidad”, ya que “para estas poblaciones las rocas, las plantas, los animales tenían una unicidad de espíritu, lo que cambiaba era la manifestación que puede ser una roca, un animal o una planta”.

“No por nada (las poblaciones indígenas) dicen que ‘Quebracho Colorado te flecha‘, que quiere decir que te produce una alergia, entonces hay una acción de flechar, se le da el atributo de un cazador al árbol”, detalla y en ese sentido agrega que para evitar que “te fleche”, se “hace una torta de cenizas (alrededor del árbol) y le pone una cinta roja para pedirle permiso para que no te siga flechando”.

Entonces remarca que a ese árbol “se le está dando característica de persona, hay una unicidad de espíritu”, por lo que “así como nosotros lo vemos al quebracho colorado como un árbol, tiene un espíritu que compartimos y que hoy es planta, pero mañana puede ser un cazador, un humano”.

Estas concepciones, según explicó, surgen de la investigación, del contacto y diálogo con las poblaciones campesinas y se lo “entiende de otra forma cuando lo ves en lo arqueológico”.

En el trabajo de los arqueólogos, la tecnología también es importante en los tiempos actuales para las investigaciones, ya que “nos ayuda a decir otras cosas, cuando antes se pensaba que por ejemplo en la pintura rupestre de Para Yacu era una flecha, nosotros pudimos ver que eran rostros, que lo hacían de forma triangular por cómo eran sus rostros”.

El investigador del Conicet, al hablar de la provincia dijo que “en 10 años Santiago del Estero tuvo un desarrollo impresionante, pero la mayor riqueza que tiene el santiagueño, es el santiagueño mismo”.

Y eso, se observa, según sostuvo Catriel, “cuando uno recorre la costanera y ve a los santiagueños pescando, cuando vas al sur y ves a las arroperas haciendo en los hornos de barro el arrope de chañar o de tuna, si uno lo saca de ahí, esa identidad después se pierde”.

Entonces, sostuvo que “la arqueología lo que hace es darle profundidad temporal a esa identidad, aportar para que no se pierda la identidad, para que la identidad de las poblaciones se pueda seguir sintiendo parte de ese lugar, con cambios, con mejoras en su calidad de vida de acuerdo a los tiempos actuales”.

Y no dudó en enfatizar que “los saberes ancestrales construyen identidad” y “esa particularidad es lo que mejor define al santiagueño y santiagueña” y “ahí está el aporte de la arqueología, en demostrar que tienen profundidad y que son ancestrales”.

De esta manera remarcó que “el desafío es seguir caracterizando a estas poblaciones”, pero que muchas veces “lo más complejo es el recurso humano, personas que se interesen por hacer esto”.

Actualmente, añadió, “los arqueólogos dependemos mucho de ser docentes o ingreso a carreras, ya que hay poco trabajo de investigación en los museos, por ejemplo”, e incluso recordó que “hay una ley nacional que exige trabajos de impacto arqueológicos y casi ninguna empresa que hace remoción de sedimentos lleva adelante un trabajo de impacto arqueólogo o paleontólogos y hay poco trabajo privado”.

“No se consulta a un arqueólogo o a un historiador, como quien consulta a un psicólogo, a ver que me pasa en mi vida personal, vamos a remontarnos a mi pasado para entender mi presente, no se hace eso”, dijo y es así que se preguntó “por qué a nosotros no nos podrían consultar de la misma manera”.

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