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Iom Kipur, el día más sagrado del calendario hebreo, que convoca a la ética del arrepentimiento y el perdón

En vísperas de Iom Kipur, que comenzará al atardecer del próximo miércoles, el Gran Rabino de AMIA, Eliahu Hamra, difundió un mensaje en el que reflexiona sobre el judaísmo y la ética del arrepentimiento y el perdón, valores que ayudan a transformar la condición humana.

Iom Kipur: La ética del arrepentimiento para crear una cultura de sinceridad

Casi nadie quiere reconocer errores ni asumir responsabilidades. En la sociedad actual, predomina la justificación, la evasión, o la búsqueda de culpables externos. Guiado por los valores eternos de la Torá, el judaísmo nos enseña lo contrario: “La grandeza de la persona se mide en su capacidad de hacerse cargo de sus actos, de reconocer sus faltas y de asumir el compromiso de cambio. Sólo cuando me hago responsable puedo avanzar, reparar lo que dañé y crecer. Así, cada equivocación se transforma en una oportunidad de superación, en un paso hacia convertirnos en una versión más elevada y refinada de nosotros mismos.”

La Torá nos obliga a recordar lo que la cultura contemporánea suele olvidar: que necesitamos tiempos fijos para enfocarnos en aquello que da sentido a nuestras vidas. Necesitamos un momento para confrontar nuestros fracasos, disculparnos por los agravios cometidos, corregir nuestro rumbo, decidir cambiar, pedir perdón. Esa es nuestra misión en Iom Kipur.

¿Qué es el perdón? ¿Cuál es la idea que fundamenta la capacidad de perdonar?

El perdón no existe en todas las culturas. No es una característica humana universal ni tampoco un mandato biológico.

Su primera aparición en la historia está en la Torá, en el perdón de Iosef a sus hermanos. El perdón sólo existe en una cultura donde existe la teshuvá, arrepentimiento. La idea de teshuvá se basa en la premisa de que somos libres y responsables de nuestros actos, y de que somos capaces de cambiar, especialmente cuando reconocemos que hemos pecado, que somos responsables de ese pecado, y que nos comprometemos a no repetirlo. El judaísmo es una cultura de teshuvá y perdón, cuyos conceptos fundamentales son la voluntad y la elección.

Es la ética de la culpa en contraposición a la ética de la vergüenza. La vergüenza se adhiere a la persona, mientras que la culpa se adhiere al acto. En las culturas de vergüenza, cuando alguien hace algo malo queda manchado, marcado, impuro. En cambio, en una cultura de culpa, no es la persona la que es mala, sino el acto. No es el pecador, sino el pecado. La persona que pecó conserva su valor humano esencial, como dice la bendición: “Eloh-ai, el alma que Tú me diste es pura”. Lo que debe borrarse es el acto. Por eso en una cultura de la culpa existen procesos de teshuvá, de purificación del corazón y de perdón.

La reconciliación, a diferencia del perdón, es una forma de gestionar conflictos. Estas formas de apaciguamiento son pre-morales y acompañan a la humanidad desde su origen.

En Iom Kipur comprendemos que la teshuvá y el perdón no son sólo ideas: transforman la condición humana. La teshuvá establece la posibilidad de que la persona no esté condenada a repetir su pasado sin fin. Cuando hago teshuvá, muestro que tengo la capacidad de cambiar. El futuro no está escrito de antemano. Puedo hacerlo distinto de lo que parecía. El perdón nos libera del pasado. El perdón rompe el círculo de reacción y venganza. Lo hecho puede repararse.

Reconocemos la diferencia entre buena voluntad y mala voluntad. Por eso, el judaísmo nos enseña que no podemos desligarnos de nuestros actos diciendo “no tuve intención”. El mal se hizo —y lo hicimos nosotros. Por lo tanto, es nuestro deber realizar una acción que simbolice nuestro arrepentimiento. No podemos ignorar y seguir adelante como si no tuviéramos relación con lo que hicimos.

La única respuesta moral adecuada es la teshuvá. La teshuvá incluye arrepentimiento, confesión y compromiso hacia el futuro, es decir, la promesa sincera de no volver a cometer esa falta. El resultado de la teshuvá es el perdón y la absolución de Hashem.

¿Cómo puede una persona reconocer un error?

Hoy en día, la expiación y el perdón parecen estar suspendidos de la vida pública. En tiempos de redes sociales, predomina la exposición pública. La persona no tiene la posibilidad de retractarse de sus errores y sus pecados, sino que pareciera que debe cargar con sus ellos para siempre.

Frente a esa cultura del escarnio y la humillación, hemos desarrollado estrategias de evasión casi ilimitadas. La gente dice: “No fue un error”; “Dadas las circunstancias no podía actuar mejor”; “Fue solo un pequeño error”; “Era inevitable, considerando lo que sabía en ese momento”; “Fue culpa de otro”; “Nos dieron información equivocada”, etc. Y así, las personas —incluso líderes— mienten a los demás o se engañan a sí mismos.

Tenemos una capacidad casi infinita de interpretar los hechos de manera que nos absuelvan a nuestros propios ojos. Son raros los que tienen el coraje de decir, como el Cohen Gadol, como el rey David tras la reprensión del profeta Natán por el episodio con Bat-Sheva y Uriá: “He pecado” (Shmuel Bet 12:13).

El judaísmo nos ayuda a reconocer nuestros errores de tres maneras. La primera, sabiendo que Hashem perdona. Él no nos exige que nunca pequemos. Sabe de antemano que no siempre haremos buen uso del don de la libertad. ¿Qué nos pide? Que reconozcamos nuestros errores, que aprendamos de ellos, que los confesemos y que decidamos de todo corazón no repetirlos.

La segunda, el judaísmo distingue claramente entre el pecador y el pecado. Es posible condenar un acto sin perder la confianza en quien lo hizo.

Y la tercera: la atmósfera especial de Iom Kipur nos ayuda a crear una cultura de sinceridad, en la cual no nos avergonzamos de reconocer el mal que hemos hecho.

En tiempos del Mishkán y del Beit HaMikdash, Iom Kipur era el día en que el hombre más santo de Israel, el Cohen Gadol, expiaba primero por sí mismo —es decir, confesaba sus propios pecados y hacía expiación por ellos—, luego por su casa y finalmente por todo Israel.

Tras la destrucción del Templo ya no tenemos altar, ni chivo expiatorio, ni Cohen Gadol. Pero Iom Kipur permanece, junto con nuestra capacidad de confesarnos y rezar por perdón.

Nos resulta mucho más fácil reconocer nuestros pecados, fracasos y errores cuando otros también lo hacen. Si el Cohen Gadol, o los que rezan junto a nosotros en la sinagoga, pueden confesar sus pecados, también nosotros podemos. Y debemos saber que, aunque en lo técnico Iom Kipur se centra en los pecados entre la persona y Hashem, una simple lectura de los viduim (“Ashamnu” y “Al Jhumiet”) muestra que la mayoría de los pecados que confesamos son faltas entre la persona y su prójimo.

No es casualidad que nuestro pueblo lleve el nombre de Iehudim, descendientes de Iehudá, hijo de Iaacov nuestro patriarca. ¿Por qué llevamos ese nombre? ¿Qué mensaje nos trae? Iehudá supo reconocer la verdad frente a Tamar y admitir: “צדקה ממני” —“Ella tiene razón, más que yo” (Bereshit 38:26). Desde aquel momento, el reconocimiento de la verdad, aún cuando duele, pasó a ser parte esencial de nuestra identidad.

Ser Iehudí es animarse a decir la verdad, aceptar los errores, hacerse cargo, responsabilizarse y, desde allí, abrir la puerta al perdón y a la reparación. En Iom Kipur, al reconocer y confesar, nos volvemos dignos del perdón divino y humano, y nos acercamos a la esencia misma de lo que significa ser parte activa del pueblo de Israel.

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