FoMO o la ansiedad que genera el miedo a “no ser parte de”
¿Alguna vez las redes sociales te hicieron sentir que te estabas perdiendo de algo? ¿De una fiesta irrepetible, de un estilo de vida lujoso, de tener una pareja al estilo Disney, de recibirte de una carrera, de tener la última ropa de moda, de viajar por el mundo? ¿O simplemente de haber faltado a un asado con tus amigos porque ese domingo tenías que trabajar y ahora estás viendo cómo todos la pasaron increíble… sin vos?
La ansiedad que genera “no ser parte” de estas experiencias que producen las aplicaciones, sobre todo Instagram -que funciona como un espacio de curaduría de los mejores momentos de sus usuarios-, tiene un nombre: FoMO. Por su sigla en inglés, “Fear Of Missing Out”, es decir: “miedo a quedarse afuera”. ¿Cómo opera este fenómeno ansiógeno vinculado a las redes y las presiones sociales por cumplir con ciertas expectativas aspiracionales?
“No entiendo si es tonto pensar en dejar las redes, porque son parte de nuestro mundo actual y hay que aprender a lidiar con eso, o si es tonto estar en las redes”, se pregunta L., una escritora que prefiere no dar su nombre y que, por su trabajo, tiene que habitar constantemente Instagram, a pesar de la ansiedad que le provoca.
Ambas miradas son parte de una misma moneda que cada vez sale más cara. Las redes sociales funcionan a través de un algoritmo muy aceitado, diseñado meticulosamente para generar una adicción que, para muchos, es problemática y difícil de gestionar. Como todo vicio, puede ser una válvula de escape de la realidad, pero también desagencia y deja una sensación de vacío y tristeza.
Este arma de doble filo fue descripta por distintos investigadores, quienes afirman que estas aplicaciones “han hecho que sea más fácil que nunca conocer una gama de actividades sociales, virtuales o no, de la que uno podría participar. Como positivo, estos recursos brindan múltiples oportunidades de interacción; como contrapartida, a menudo proponen más opciones de las que uno podría abarcar, dadas las restricciones prácticas y de tiempo”.
Herramienta publicitaria
Esta naturaleza dual de las redes sociales ha impulsado varias investigaciones acerca del FoMO, que puede ser definido como “una aprensión generalizada de que otros puedan estar teniendo experiencias gratificantes de las que uno está ausente”.
Sentir ansiedad por creer que nos estamos “quedando afuera de algo” no es algo nuevo. La publicidad y el marketing trabajan, desde sus comienzos, en instalar la idea de que se debe acceder a cierto producto aspiracional para “ser parte” de un estilo de vida deseable.
Por otro lado, tampoco es una novedad ver cómo las “celebridades” tienen vidas “perfectas” y soñadas. Sin embargo, las estrellas de Hollywood siempre fueron una elite reducida y lejana. ¿Qué es lo que cambió?
Hoy en día, estamos bombardeados constantemente por un ecosistema de imágenes y videos de nuestros afectos más cercanos, ex compañeros del colegio y colegas que construyen virtualmente, inconscientemente o no, la idea de que participan de experiencias envidiables, de las que, evidentemente, no somos parte. Y tal vez nunca lo seamos, lo cual es lo más angustiante. Porque no nos da el tiempo, el presupuesto, la distancia, porque no tenemos sus capacidades o su suerte. Porque nuestros trabajos son más precarios y no tenemos el sueldo para irnos a pasar las vacaciones de invierno a Las Leñas. Este “éxito” está demasiado cerca. Y, a su vez, es inalcanzable.
Un adicto a Instagram
Pero no hay que ser un usuario promedio de Instagram para experimentar el FoMO. Lucas Fauno es uno de los activistas y periodistas por los derechos del colectivo LGBTIQ+ más influyentes. Sólo en su cuenta de Instagram tiene más de 45 mil seguidores, donde sus fotos reciben miles de likes. Sin embargo, a él también le pasa y asegura que es “adicto” a esta red, que le genera una “ansiedad increíble”. “Se construyen (en las redes) otras meta realidades utópicas que nunca voy a poder alcanzar y eso me angustia muchísimo. Nunca voy a alcanzar ese cuerpo, nunca voy a alcanzar esa fama. Y me cuesta mucho saber que, según las redes sociales, nuestro cotidiano es el fracaso y eso parte del sistema que lo rige: que nunca alcances la satisfacción plena, porque ahí se terminaría su consumo”.
Una que emigró de Instagram
Como contrapartida, están también quienes eligieron exiliarse de Instagram por este motivo. Valentina A. es socióloga, tiene 26 años y hace al menos tres que no tiene una cuenta en esta aplicación:
-Valentina, ¿sentís que al no estar en Instagram te estás “quedando afuera” de algo?
-No. Siento mucha menos ansiedad y más autonomía en el acceso a la información, agenciar ese proceso y que no decidan por mí qué me llega, qué no y de qué manera. Siento que hay muchas cosas de las que me quedo afuera, pero tampoco le encuentro sentido a querer absorber todo.
-¿Qué era lo que más ansiedad te daba de las redes?
-Me quemaba la presión de tener que responder a una demanda permanente o compartir constantemente contenido. La dinámica adictiva, la temporalidad frenética y el tener que sostener una existencia que “se supone que soy” en Instagram.
Un bálsamo para la autoestima
Aunque hay quienes se plantean ir, muchos se sienten presos de seguir participando compulsivamente de esta aplicación, corriendo en una ruedita de hámster. Para ellos y ellas, resulta adictivo y masoquista el goce de estar expuestos constantemente a estos relatos.
Quedarse implica habitar esa marejada de ansiedad y angustia. Irse es renunciar a “ser parte” de su lado positivo. Y aunque quizás nunca podremos postear una foto junto a la Torre Eiffel, tal vez sí podamos compartir una selfie que gane algunos likes y eso funcione como un pequeño bálsamo de dopamina para nuestra autoestima, cada vez más frágil por estas interacciones.