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Estados mentales alterados: cuando la ficción supera a la realidad (y la queremos interpretar)

Los días transcurren con el frenesí típico de una rueda que no para de girar y que muchas veces nos impone la necesidad de evaluar alternativas de caminos a seguir.

Un ida y vuelta en la vida de los argentinos que siempre nos pone a prueba de algo más; un sinfín de discusiones que casi no llegamos a comprender, pero que nos subimos a esas coyunturas como si supiéramos de todo y en encima ¡en profundidad!

Cómo escapar a una realidad compleja de un mundo pandémico, en guerra, económica y políticamente complicado, en donde si creemos que somos parte del eje central de las decisiones, siempre terminamos chocando con nuestra propia cotidianidad local.

Alguien dijo: “La realidad es algo así como la constatación de la vida. La ficción es un producto vicario de la realidad: se limita a observarla y formular variantes que, de un modo u otro, imitan a la vida. En todo caso, queda claro que la ficción sin la realidad no es nada”.

Aún cuando en Argentina le agregamos los condimentos típicos que mas nos convengan para sostener creencias propias, tal vez vacías de respaldo y contenido teórico.

Para complicarla, es posible que nuestros estados mentales alterados por la realidad o la ficción que creemos ver y sostener, terminen generando un cambio en la manera en que nos manejemos con nuestro círculo más primario. Y como resultado, más de una vez nos sentimos confusos, porque estaremos menos alertas de lo normal o actuaremos de manera extraña ante esta coyuntura que nos toca pelear y afrontar todos los días.

Lo peor es que esto puede incluir ver o creer escuchar cosas en los medios y en las redes sociales, que en realidad no aportan a la calma, que son solo opiniones de personajes con roles casi de “historietas” (comics) y que se despliegan en algunos paneles radiales y televisivos (cuando afianzan nuestras creencias, están bien, pero cuando hieren nuestra estima intelectual, están mal).

Arthur Schopenhauer (1788 – 1860), filósofo alemán – considerado uno de los más destacados del siglo XIX en la ideología occidental – sustentaba que el ser humano estaba acoplado con el infinito, con la mecánica universal del cosmos.

Pero decía también que, por su constitución, sólo podría presentir el todo a través de un interminable sentimiento de in-completitud.

En definitiva, el hombre se conectaría con el todo a través de su sentimiento de insatisfacción, sumado a la persistente carencia de “cualquier cosa”. (Si vemos semejanzas con nuestra coyuntura social y política, es pura coincidencia).

Decía a su vez el filósofo, que a pesar de lo que podamos pensar al respecto, siempre manejaremos la esperanza como una parte de la solución a esa insatisfacción: “Siempre que deseemos algo y que nos convenzamos que conseguirlo nos dará, aunque sea una satisfacción momentánea pero valiosa, allí estará la esperanza para desactivar cualquier posibilidad de acción”.

Para finalizar estas líneas que intentamos agregar para la reflexión cotidiana, podemos concluir que será nuestra forma de percibir la realidad (y el tiempo), la que nos llevará invariablemente hacia adelante (o para algunos más radicalizados, hacia atrás), siendo la insatisfacción constante y persistente que nos caracteriza y que nos conecta permanentemente, que nos hace caer y muchas veces ser “presas fáciles” de entrar en un momento anímico donde la esperanza pareciera lo último a alcanzar.

Pero tratemos de comprender e incorporar que solo esta esperanza, o sea el tiempo, nos dará la chance de reflexionar, ser libres y poder ver las cosas desde distintos matices, sin dogmas protestantes.

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