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Di María, Messi, Fontanarrosa y la ciudad goleada

Por Carlos Del Frade

El martes 1 de julio de 2014, durante el mundial de Brasil, diez años atrás, Angelito Di María acarició la pelota con su pie zurdo y la dejó mansa en el fondo del arco suizo. El pase se dio Lionel Messi. Angelito ensayó un corazón en su loca carrera de festejo y La Pulga se le colgó del quijotesco cuerpo para compartir el desahogo, la pasión y la felicidad. Una vez más el abrazo entre Messi y Di María, los pibes rosarinos de 27 años en aquel entonces. 

Una gran alegría para las mayorías de dos chicos nacidos en estos arrabales del mundo. Varias postales se conjugan en ese triunfo de estos muchachos y distintas preguntas por el presente y el futuro de tantos pibes de la ciudad abrazada por el río marrón que son como ellos. Interrogantes sobre por qué aquí se los disfrutó poco y nada con las camisetas rojinegra y auriazul. 

Mientras tanto, ese abrazo que se repetirá por cientos de momentos, habrá que disfrutarlo, esperando que alguna vez la gran alegría llegue también a la cancha grande de la realidad donde miles como Lío y Angelito intentan gambetear los patadones de la realidad. Que vivan los dos zurdos rosarinos en este mientras tanto que multiplica emociones en estos confines del mundo.

Un mientras tanto que tiene historia.

De esas crónicas mafiosas que rodean el fútbol rosarino, en particular, y argentino, en general.

Narraciones que confirman impunidades y continuidad de mayorías goleadas.

El viernes 20 de julio de 2007, miles de rosarinos despidieron a Roberto Fontanarrosa. El jueves 19 de julio había piantado para la pampa de arriba. El más argentino de los rosarinos. El más rosarino de los argentinos. En la Real Academia de la Lengua Española de Madrid, flameó la camiseta de Central.

Esa mañana la ciudad estaba distinta. Los hombros parecían más arriba que las cabezas. La gente estaba triste. El sol era más que tibio.

No había barullo en el centro ni en los bares. Nadie quería que Fontanarrosa se muriera. Era muy querido y muy querible.

En esa misma tarde del 19 de julio de 2007, el último crack surgido de las inferiores de Central le daba el pase a la final del Mundial Sub 20 a la Selección Argentina de fútbol. Hizo un golazo fenomenal y fue la gran figura. Como si su zurda, su figura chiquitita, tan parecida a los trazos del Negro, quisieran regalarle la mejor despedida a uno de los fanas más conocidos que tuvo Central.

Di María, en realidad, no volvería a jugar con la auriazul. Sería vendido primero al Benfica y después al Real Madrid.

En el día de la despedida de Fontanarrosa, el pibe hijo de carboneros rosarinos le decía un chau de la mejor manera posible con aquel zurdazo contra los chilenos. Pero también era la despedida de Angelito.

Para Central, supuestamente, iban a quedar millones de euros. Sin embargo no fue así.

Como si hubiera sido un pasante, Ángel Di María, de solamente 19 años y con un sueldo de tres mil pesos, fue vendido al Benfica de Portugal. La noticia se publicó el 27 de julio de 2007. “Los directivos junto a los jugadores estarán viajando a Lisboa el próximo martes para sellar la operación, previa revisión médica y firma de los contratos pertinentes.

En una entrevista, el pibe fue muy claro. Expresó un deseo que se convirtió en una profecía:

“La plata que pagará Benfica servirá para pagar todo lo que se debe. Ojalá que esta vez no se roben la plata”

—¿Te tranquiliza que tu venta ayuda a superar la crisis del club?

-Yo quiero mucho a Central, estoy desde los 7 años y me sirvió mucho todo lo que viví acá porque gracias a eso tengo la posibilidad ahora de irme a un equipo grande de Portugal. Y si las cosas después me salen bien allí, poder saltar a otro club más grande. Espero que la venta le sirva a Central… Estuve muy poco tiempo en el club. Quiero volver algún día y poder ganar algo con Central – dijo Di María. Era un recuerdo del futuro.

La plata, se la robaron. Tal como había pasado cuando desde el humilde Club El Torito, del áspero norte rosarino, Di María se fue a Central a cambio de 94 mil pesos y 40 pelotas.

Nunca llegó el dinero y apenas arribaron veinte pelotas. Las celebraciones de Di María y Messi son expresiones individuales de los que pueden gambetear las impunidades. Mientras tanto, en la propia corta biografía de Angelito se pueden ver negociados que confirman la continuidad de la ciudad goleada.

Hoy, mientras las horas arriman a la nueva final protagonizada por Ángel y Lionel, con 36 y 37 años respectivamente, esta historia formará parte de tantos olvidos en medio de la millonaria ruleta de los que manejan los negocios de la cancha chica del fútbol al mismo tiempo que en la otra cancha, en la grande de la historia, miles y miles de pibas y pibes, en esta amada y siempre resistente ciudad de Rosario, esperan que ambos regresen algún día. Un retorno que se gritaría como un gol colectivo, imprescindible para que las reglas de juego cambien y por fin, aunque sea por un ratito, las mayorías sean las ganadoras.

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