La comunidad judía se prepara para recibir la festividad de Simjat Torá
Mientras escribo estas líneas, el anuncio del acuerdo que permitiría concretar la liberación de los secuestrados y la devolución de los cuerpos de las víctimas ha desatado, en todos nosotros, una tormenta intensa de emociones.
La luz divina que recibimos del Creador, bendito sea, en medio de tanta tristeza y oscuridad, llega al haberse cumplido dos años de la masacre terrorista que golpeó tan duramente al pueblo judío.
Vivimos con expectativa estas horas, mientras aguardamos la festividad de Simjat Torá, que celebraremos desde la noche del martes, tras la puesta del sol.
En estos momentos tan especiales, la conexión espiritual se vuelve aún más profunda. En este sentido, es necesario reflexionar cómo, a menudo, nuestra actividad espiritual y física surge por necesidad o por presión para accionar o para cambiar. Cuando atravesamos una dificultad o una crisis, sentimos una fuerza interior que nos empuja a mejorar, a elevarnos o a buscar soluciones creativas.
Sin embargo, cuando experimentamos una luz positiva o cuando algo nos sale bien, aunque sí sentimos un deseo de agradecer y alabar, nos falta esa sensación de urgencia o presión. Y justamente por eso estamos en riesgo: en vez de elevarnos y transformarnos gracias a la luz y al éxito, podríamos retroceder y volver a la rutina.
Esto también se puede observar en nuestras relaciones humanas cotidianas: en situaciones complejas solemos crecer y desarrollarnos, mientras que en momentos buenos corremos el riesgo de caer o retroceder a un lugar menos elevado, a menos que aprendamos a invertir y reflexionar sobre cómo continuar y expandir ese estado positivo.
Si lo analizamos bien, el vínculo y la relación humana se construyen principalmente a través de la luz del rostro y del habla, y no mediante la presión. Nuestra sonrisa hacia el otro crea conexión, mientras que el castigo o la coerción generalmente crean acción, pero no generan un vínculo.
A diferencia del habla y la iluminación que dan espacio al otro y naturalmente fundan una relación cálida y constructiva, también en nuestra relación con el Creador, al igual que en nuestras vidas, necesitamos ambas cosas. Se requiere acción, pero por encima de eso, se requiere, cada uno desde su lugar, despertar y construir una relación con Él.
Los difíciles y dolorosos acontecimientos de los últimos dos años llevaron a cada uno de nosotros a comprender que el Creador quiere una conexión con nosotros. Cada uno se despertó a buscar respuestas, a acercarse a la fe, a la tradición, a conectarse con su identidad.
Ahora, en un tiempo de luz, con el ansiado retorno de nuestros hermanos al seno de sus familias y ante el anhelo del fin de la guerra que se llevó tantas víctimas, ésta es nuestra oportunidad de construir una relación nueva con el Creador, una relación basada en la luz de Su rostro sobre nosotros.
Debemos asignarle un lugar al Creador en nuestras vidas y elevar nuestra existencia a un nivel más alto. Un lugar donde no sólo hagamos buenas acciones por presión o por demanda, sino que construyamos con Él una relación viva, cada uno desde su lugar.
El Rey David (Salmos 100) nos enseña que precisamente en el momento de agradecer al Creador por el bien que nos hizo, surge una nueva exigencia: “Servid al Eterno con alegría.” Cuando la vida ilumina, la persona se siente feliz y liberada. Pero justamente entonces surge un desafío: continuar ese despertar espiritual o emocional, hacia la alegría, y cuidarse de no retroceder desde esa elevación.
En la festividad de Simjat Torá, y especialmente este año, tenemos el poder de construir una nueva relación con el Creador y Su Torá, esta vez no por presión o por desesperación, sino desde una iniciativa interior y auténtica.
Unámonos en nuestras sinagogas a bailar con el Sefer Torá, el libro sagrado que nos ha acompañado desde que nos constituimos como pueblo, con un sentimiento de profunda y sincera gratitud.
Con una mirada sencilla y directa a la realidad, vimos con claridad el amor y la cercanía del Creador, bendito sea, hacia todo el pueblo de Israel. En la última guerra ocurrieron milagros que van más allá de toda lógica. En medio del dolor y la pena, se nos reveló el profundo cariño y amistad del Creador hacia cada uno de los integrantes del pueblo judío, tanto para quienes guardan las tradiciones como para quienes no lo hacen. El Creador abraza por igual a todos los miembros de Su pueblo elegido.
Y ese debe ser el sentimiento que nos acompañe al bailar este año con el Sefer Torá en la fiesta de Simjat Torá: que todos pertenecemos a algo que está más allá de las diferencias cotidianas, y que todos somos importantes y necesarios para el Creador. Un sentimiento de alegría que continuará acompañándonos durante todo el año.
Con la esperanza de que pronto llegue el fin a la guerra, Simjat Torá nos recuerda que podemos reunirnos como un solo pueblo, sin distinciones ni separaciones, abrazando con el corazón pleno la Torá, que es nuestra herencia común y nuestro legado eterno.