Cuando confunden “libertad de expresión” con “libertad de agresión”
Por Lisandro Prieto Femenía
“Si no creemos en la libertad de expresión para las personas que despreciamos, no creemos en ella en absoluto” – Noam Chomsky
Hoy queremos invitarlos a reflexionar sobre un asunto ético que trae consigo la simbología de la navidad, a saber, la creciente y cada vez más violenta banalización y burla de la fe cristiana por parte de los paladines de la progresía comunicacional que domina la factoría de contenidos culturales que, mientras exigen respeto irrestricto y obediencia para sus agendas, se mofan descaradamente de tradiciones ancestrales.
En este sentido, no podemos hacer caso omiso a la asquerosidad irrespetuosa montada por los posmo progres decadentes de Olga al mostrar una especie de pesebre viviente postmoderno en el cual se jactan y se burlan del nacimiento del Dios cristiano mediante una impresentable y empalagosa muestra de desapego con la sociedad en general. Ahora bien, ante este tipo de manifestaciones sólo nos queda concluir que semejante farsa violenta sólo es posible, paradójicamente, gracias a la libertad, la paciencia y el cariño de la comunidad cristiana que le ha dado cobijo a esos impresentables. Quisiera ver si se animan a hacer algo similar con el credo islámico o con nuestros hermanos de la colectividad judía: los primeros ya mostraron su ira cuando un caricaturista francés pretendió banalizar la imagen de su Dios, mientras que los segundos cuentan con una estructura mediática fenomenal que anularía y cancelaría al instante la payasada que hicieron.
Desde la perspectiva cristiana, la libertad es un tema central en la enseñanza de Jesús y en la doctrina de la Iglesia. El cristianismo, en sus enseñanzas más profundas, ve a la libertad no sólo como la posibilidad de actuar sin restricciones externas, sino como un camino hacia la liberación interior y la salvación. Por suerte, el cristianismo considera que la libertad tiene una dimensión espiritual y ética fundamental: no se trata simplemente de ausencia de restricciones, sino de la libertad para seguir la voluntad de Dios, guiados por el amor, la compasión, el perdón y la fraternidad.
Recordemos que en el Evangelio de San Juan (8:31), Jesús afirma: “Y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres”. Este pasaje remarca una libertad profunda, que va más allá de la libertad externa o política, porque se trata de una libertad de la mente y el corazón, que permite al individuo encontrar su identidad en la relación con Dios y con los demás. El cristianismo enseña que la verdadera libertad se encuentra en la obediencia al amor divino, lo cual significa libertad de egoísmo, de pecado y de opresión. Esta idea de la libertad cristiana está profundamente vinculada a la noción de dignidad humana y la capacidad de cada persona para elegir el bien, incluso en un mundo lleno de sufrimiento y tentaciones.
El cristianismo también pone énfasis en la responsabilidad moral que viene con la libertad, en tanto que la libertad cristiana no es una licencia para hacer lo que se quiera sin consecuencias; es la oportunidad de elegir el bien, ser responsable de nuestras acciones y actuar con respeto y amor hacia los demás. Al respecto, San Pablo, en su carta a los Gálatas (5:13) sostenía: “Porque vosotros, hermanos, a libertad fuisteis llamados; sólo que no uséis la libertad como ocasión para la carne sino servíos por amor los unos a los otros”. Aquí, la libertad es vista como algo que debe ser usado para servir, lo que implica que se subordina al amor y al bien común. Este principio cristiano de libertad también se traduce en una cultura real de tolerancia y respeto a la diversidad. Aunque la fe cristiana tiene su propia visión del mundo y del hombre, es indiscutible su apertura inclusiva y su promoción de la libertad religiosa en el sentido de que la salvación es una opción libre para todos, sin coacción, ya que el amor de Dios se ofrece gratuitamente a cada individuo.
El cristianismo, que defiende el respeto hacia lo sagrado, históricamente ha mostrado una mayor capacidad de adaptación a la libertad de expresión en sociedades seculares. En general, las comunidades cristianas en Occidente aceptan, aunque con algunas reservas, las críticas o representaciones de figuras religiosas, entendiendo que la libertad de expresión es un valor fundamental de las democracias modernas. Esto, que debería ser considerado un valor apreciable por parte de los progres, es tomado del hombro y llevado al extremo cuando se confunde libertad de expresión con libertad de agresión.
La banalización y la burla hacia los símbolos religiosos, en un medio de comunicación, nos brinda una oportunidad para reflexionar filosófica y éticamente sobre los valores que estos símbolos representan, así como la responsabilidad que tienen los gerentes de dichos medios en su tratamiento. Cuando el pesebre, que simboliza un evento profundamente espiritual como el nacimiento de Jesús, es reducido a objeto de vulgaridad, se plantea una cuestión ética y cultural importante: esta banalización no sólo es una falta de respeto hacia la tradición religiosa, sino también una señal de la superficialidad que puede impregnar las representaciones mediáticas en nuestra era.
¿Cómo se llegó a este nivel cultural tan bajo, tan decadente? Básicamente mediante un largo proceso, cada vez más acelerado, de reducción de lo sagrado a lo profano, en tanto que la crítica a la vulgarización de símbolos religiosos tiene una larga tradición en la filosofía contemporánea. Emile Durkheim, uno de los padres fundadores de la sociología, argumentaba que los símbolos religiosos tienen un valor social importante porque representan la cohesión y los valores fundamentales de una comunidad.
En su obra titulada “Las formas elementales de la vida religiosa” (1912), Durkheim explica cómo “lo sagrado”- lo que se considera digno de respeto y reverencia- es esencial para mantener el orden social y el sentido de pertenencia en una cultura. Cuando un símbolo sagrado, como el pesebre, se trivializa en los medios, se corre el riesgo de desestabilizar esa cohesión social y de perder el respeto por las creencias de aquellos para quienes este símbolo tiene un valor profundo.
En una sociedad, supuestamente pluralista, el respeto por las creencias religiosas se convierte en un principio básico para la convivencia pacífica, ¿verdad? Pues bien, burlarse de un símbolo religioso contribuye a la erosión del respeto mutuo y fomenta la polarización. El filósofo Guy Debord, en su obra “La sociedad del espectáculo” (1967), señala cómo los medios de comunicación y la cultura de masas han transformado la vida social en un espectáculo estúpido y superficial, donde lo que realmente importa es la imagen y la apariencia, no el significado profundo ni el contenido.
Debord argumenta que esta transformación lleva a la alienación de los individuos, quienes dejan de conectar con lo auténtico, lo profundo y lo significativo, para ser consumidos por lo efímero y lo sensacionalista. En el contexto de la patética burla al nacimiento de Cristo por parte de pseudo-comunicadores de Palermo que no representan a nadie más allá de los límites de la General Paz, esta banalización es un claro ejemplo de cómo los medios trivializan lo que debería ser un símbolo de unión, reflexión y trascendencia espiritual, reduciéndolo a una caricatura espantosa o a un objeto gracioso para generar likes, entretenimiento rápido y polémica vacía, para un público también vacío. Al hacerlo, los medios perpetúan una cultura que prioriza el espectáculo por encima del respeto a las diferencias de culto, contribuyendo a una desvalorización del otro que, paradójicamente, con otros asuntos, mucho menos importantes, sí se pliegan y adhieren a la perfección.
Respecto de la responsabilidad social que tienen estos degenerados, el filósofo Jürgen Habermas, en su obra “Teoría de la acción comunicativa”, subraya que los medios de comunicación deben ser responsables de las representaciones que crean, ya que estas tienen el poder de influir en la percepción pública de las tradiciones, las creencias y las identidades. Los medios, desde esta perspectiva, no son simplemente agentes neutros de transmisión de información, sino actores que moldean la realidad social y cultural. Cuando un medio de comunicación reduce un símbolo religioso a una burla vulgar, no sólo se está haciendo un mal uso del humor, sino que también se está contribuyendo a la creación de un espacio mediático donde las creencias de los demás pueden ser fácilmente ridiculizadas (sobre todo las cristianas).
Evidentemente, esto no sólo fue un atentado contra los valores espirituales que la navidad representa para miles de millones de personas en todo el planeta, sino que también cuestiona la posibilidad de un diálogo respetuoso entre diferentes tradiciones y visiones del mundo. Habermas enfatiza, justamente, en la importancia del diálogo en una sociedad democrática, y los medios, en teoría, tienen un papel crucial para facilitar dicho intercambio de razones de manera respetuosa y constructiva. Burlarse de un símbolo religioso como el pesebre es un claro ejemplo de cómo los medios han decidido optar por la confrontación y la descalificación, en lugar de fomentar esa cultura de respeto que tanto pregonan solamente a la sombra de las banderas de las agendas que los financian.
Precisamente por lo anteriormente expuesto, es necesario que comprendamos el fenómeno de la banalización de la espiritualidad y la ética del respeto desde la reflexión crítica. La ética de la responsabilidad, defendida por pensadores como Max Weber y Hans Jonas, sostiene que los individuos y las instituciones deben ser conscientes de las consecuencias de sus acciones, especialmente en el ámbito de la comunicación. En el caso de los medios, la trivialización de la religiosidad no sólo tiene implicaciones para los individuos que profesan esa religión, sino para el tejido social en su conjunto.
Weber, en su análisis sobre la “ética de la convicción” y la “ética de la responsabilidad”, plasmadas en su obra “La ética protestante y el espíritu del capitalismo”, subraya la importancia de actuar con conciencia de las consecuencias de nuestras acciones. Los medios, al banalizar lo sagrado, muestran una falta de responsabilidad ética, ya que no están teniendo en cuenta el profundo impacto que sus representaciones pueden tener sobre la comunidad que les da de comer. En lugar de fomentar la reflexión y el respeto, generan un vacío ético donde lo único que importa es el entretenimiento berreta y la provocación a cualquier costo.
Finalmente, es interesante ver el impacto emocional que tiene la deshumanización de la tradición, en tanto que la burla del pesebre puede ser vista también como una forma de deshumanización cultural. El filósofo Theodor Adorno, en su obra “Dialéctica de la Ilustración”, sostiene que la cultura de masas reduce la experiencia humana a una serie de procesos de despersonalización y estandarización, donde lo único que queda es el vacío del entretenimiento superficial. Cuando el pesebre, como representación de una tradición profunda, es ridiculizado, se está estimulando alienar a las personas de sus raíces culturales y espirituales, pretendiendo aislarlas de un espacio que les permita conectar con lo más profundo de su humanidad.
La navidad, más allá de ser un evento religioso muy importante, es un punto de encuentro para millones de personas alrededor del mundo que encuentran en su celebración un espacio de reflexión sobre los valores fundamentales de la vida: el amor, la familia, la esperanza y la generosidad. Al montar estos mutantes burlándose de María y de Cristo, los medios porteños contribuyen abiertamente al vaciamiento de contenido de estas tradiciones, intentando despojarlas de su humanidad.
En definitiva, el asunto estrictamente filosófico que hemos analizado aquí es la responsabilidad ética de los medios de comunicación. Banalizar el nacimiento de Jesús no es simplemente un ataque a un símbolo religioso, disfrazado de un acto de humor en el marco de la libertad de expresión, sino que se trata de un reflejo de la patética superficialidad de nuestra era, de nuestra gente, de lo que consume culturalmente y de lo que se produce para entretenerla. La trivialización de lo sagrado y la falta de respeto hacia los símbolos culturales tienen consecuencias profundas, tanto para la convivencia social como para el respeto mutuo entre las diferentes tradiciones. En una sociedad posmoderna, que dice ser plural cuando le conviene, los medios tienen la responsabilidad de tratar estos símbolos con el mismo respeto que se espera para cualquier otra expresión cultural o religiosa, promoviendo una reflexión ética sobre el valor de nuestras tradiciones y creencias.