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Adopción monoparental: “Pensé que por ser hombre soltero y gay no me iban a elegir”

Desde que era chico, Pablo sabía que quería ser papá, pero cuando a los 18 años decidió “salir del closet” y contar abiertamente que era gay, pensó que ese sueño iba a quedar trunco. Con el correr del  tiempo, pudo vencer prejuicios propios y ajenos, y recién a los 35 años se animó a inscribirse en el registro de postulantes a adopción. Nunca imaginó que a los pocos meses se convertiría en padre de Mía, que en ese momento tenía un año y 10 meses y que desde los 4 días vivía en un hospital.
 
Fue gracias a su militancia por los derechos LGTBIQ+, su paso como voluntario por la Cruz Roja y la sanción de una serie de leyes que ampliaron derechos –como la de matrimonio igualitario o la nueva ley de adopción– que Pablo pudo primero sacarse esa presión de “ser quién quería o resignar la paternidad” y, tiempo después, dar ese gran paso. Sin embargo, pensaba que ser hombre soltero y gay sería una barrera y que, de poder superarla, tendría por delante un trámite muy largo. Se trata de una creencia muy común en la Argentina, que lleva a que muchas personas desestimen convertirse en familias por adopción.
 
En cada tramo de su relato Pablo Fracchia (39) se emociona. Pasaron casi cuatro años, pero todos sus recuerdos siguen “a flor de piel”. Su historia forma parte del documental “El día que nos conocimos”, de la directora Patricia Carrascal, que junto a otros tres testimonios busca visibilizar la diversidad y los desafíos de la adopción.
 
“La representación que yo tenía de lo que significaba ser gay en los 90 era una cosa estereotipada, hacia el sentido del ridículo. En mi cabeza no existía ni la posibilidad siquiera de formar pareja. Mi idea de un adulto gay era la de un tipo solo en un departamento”, cuenta y gira la cámara para mostrar por la pantalla del Zoom su departamento lleno de juguetes y a la pequeña Mía sentada en el sillón. Y sigue: “Yo de adolescente sabía que nunca me iba a poder casar. Hoy ya hay muchos chicos que nacieron con ese derecho”. Por eso, considera que es tan importante la ley de matrimonio igualitario, “ya que rompió el silencio y puso a discutir a las familias en la mesa de la cena”.

Así fue como finalmente entró a la página del Registro Central de Aspirantes a Guardas con fines de Adopción bonaerense para hacer la preinscripción, porque vive en Avellaneda. Si bien estaba decidido tardó cuatro meses en completar el formulario de preguntas: tildaba y borraba. “Me costó horrores poder elegir hasta qué edad, si aceptaba o no a chicas y chicos con enfermedades o con discapacidad. Empezaba a completar y frenaba. Pasaba un mes, volvía a entrar, lo volvía a cerrar”, recuerda. Pero un día, como él mismo explica en el documental, “las ganas le ganaron al miedo”. Envió un formulario clásico, como el del 88% de las personas inscriptas: aceptaba niñas y niños de hasta 3 años, sin enfermedades leves ni discapacidades.
 
Otro momento que recuerda como un hito fue cuando imprimió el formulario y fue a entregarlo al Juzgado de Familia número 1 de Avellaneda. “En la fila había gente por violencia de género, perimetrales, era un caos y yo iba con mi papelito. Un papelito que contenía mi futuro, mis deseos, los miedos, la posibilidad de concretar mi sueño. Ese papelito que yo lo venía cuidando en la fila y para la piba de mesa de entrada era un papel más en el medio de 250 quilombos”, describe.
 
Se acuerda que salió y lloró desde la puerta hasta que llegó a su trabajo. “Era la primera vez que hacía físico algo que había estado siempre en mi cabeza. Por eso era tan simbólico”, puntualiza. Era 13 de diciembre de 2018 y posteó en su Facebook: “Alguna vez te contaré sobre hoy, el día que empecé a buscarte”.

Luego llegaron los pedidos de entrega de documentación y las evaluaciones con el equipo técnico del juzgado. Fue en esas charlas que Pablo hizo un “clic”, ese que le permitió al poco tiempo convertirse en papá de Mía. En la entrevista, la psicóloga le preguntó por qué había elegido solo casos de hasta 3 años, y también si sabía qué significaban enfermedades leves. A lo primero contestó que quería vivir “la experiencia full de ser papá”, incluido “despertarte 40 veces a la noche, y a lo segundo, que le daba miedo. “Charlamos sobre los niños un poquito más grandes y sobre que algo leve podía ser desde un pie plano hasta una cirugía de caderas, y que esas elecciones podían ampliar un montón el rango de búsquedas”, recuerda.

Al otro día, Pablo llamó al Juzgado y les dijo: “Ampliemos la edad de postulación hasta 6 años y también a enfermedades leves”. Solo el 18% de las personas inscriptas se postula para niños, niñas y adolescentes con algún problema de salud o discapacidad, mientras que un 10% de las 2.199 chicas y chicos en situación de adoptabilidad decretada presentan estas condiciones. Gracias a ese cambio, cuando buscaron familia para Mía, tuvieron en cuenta su legajo. “Si no hubiese ampliado mi disponibilidad adoptiva no nos hubiéramos conocido. No por la edad, pero sí porque estaba dentro de la categoría de niños con enfermedades leves”, explica Pablo.

Una batalla desigual

El día que llamaron a Pablo para avisarle que había una nena por la que querían entrevistarlo, le dijeron que estaban evaluando a otras cuatro familias. Ahí aparecieron de nuevo los miedos: “Yo pensaba: un varón gay, casi cuarentón y solo versus familias heterosexuales muy bien constituidas. No la ganás. Estás en una batalla desigual”.

A la entrevista, los primeros días de septiembre de 2019, fue con su mamá. Necesitaba que alguien lo acompañara. Entró solo. “Me contaron que era una niña que había tenido un riesgo de muerte, que producto de eso había tenido una bolsita de colostomía, que estaba pronta a tener el alta pero que requería muchos cuidados. Charlamos mucho y finalmente me preguntaron si aceptaba”. Pablo no lo dudó. Dice que automáticamente les dijo que podía tomarse licencia –“privilegios que no tienen todos los trabajadores”, remarca–, pero que por algunos comentarios salió de la entrevista sin mucha seguridad. De hecho, le dijo a su mamá: “No creo que me elijan”.

Al rato de dejar el Juzgado, recibió el llamado con la noticia que iba a marcar un antes y un después en su vida, la de Mía y la de toda su familia: lo habían elegido. “Hay muchos desafíos en el camino, sobre todo el pasaje de que uno deja de ser un eje para que otra persona sea la prioridad. Ese cambio es increíble. Hoy no puedo pensar una vida que no la incluya. Siento que mi vida pasada es de alguien ajeno. Escucharla reírse muy fuerte me emociona hasta las lágrimas”, dice también entrecortado.

Al día siguiente se presentó para la notificación oficial y le dieron la autorización para ir a conocer a Mía al hospital de La Plata en el que vivía. Le advirtieron que la institución no estaba muy de acuerdo con que sea un papá solo. “Si te dicen algo que no te gusta, tratá de aguantar”, le aconsejaron. Por eso, cuando piensa en ese primer encuentro, explica que no tiene un lindo recuerdo. “No me pude entregar a ese momento con la naturalidad que hubiera querido. En mi cabeza resonaba ‘que no piensen que sos un violador’ o un tipo raro. Me sentí muy expuesto. Reaccioné más para la evaluación que para el momento. Es algo que no creo que le haya pasado a una pareja heterosexual”, reflexiona.

Mientras le iban contando todo lo que Mía había atravesado en su año y pico de vida –las cirugías, las internaciones–, en lo único en que Pablo pensaba era cómo esa pequeñita había pasado los posoperatorios. “Me la imagino llorando, adolorida y sin que haya alguien abrazándola. Y es una de las cosas que más me parten al día de hoy”, dice, y se le llenan los ojo de lágrimas. “Cuando les pregunté por qué yo –recuerda–, me dijeron que me habían elegido porque necesitaban a alguien que pudiese abrazar a Mía durante un año entero y que creían que yo podía hacerlo”.

Pablo es trabajador social y se desempeña en el Estado. Como había adelantado, pidió licencia y desde ese momento todos los días fue al hospital. “Tiene que entender que vos vas a ser su papá y no sos un voluntario más”, le dijeron. Y así cumplió. De la mañana a la noche estaba con ella, mientras su familia transformaba “la casa de un hombre solo” en un hogar.

Fue un paso a paso. Primero en el hospital, después sacarla a una plaza que estaba a una cuadra, luego llevarla por La Plata a pasear y después, finalmente, a casa, a conocer a toda la familia, algo que para Pablo era muy importante: “No era yo solo el que estaba adoptando, era toda una familia la que estaba construyendo un nuevo vínculo. Lo quería vivir así”.
Cada día, separarse se hacía más difícil. “Esa noche, después del día en familia, ‘devolverla’ a ese lugar que sentía que ya no era el de ella fue duro. La enfermera la tuvo que tironear. Fue la primera vez que les dije algo. No podíamos volver a pasar por eso”.

Mía todavía no caminaba ni hablaba, pero cuando al otro día lo vio llegar, empezó a gatear hacia él y a reírse. Era 26 de octubre. Esa imagen resumió lo que iba a pasar: le dijeron que podía llevarla a dormir a su casa. Y ya se quedaron juntos.  

Pocos meses después, llegó la pandemia. A pesar del encierro, ese tiempo juntos los ayudó mucho a consolidar el vínculo y a que Mía logre grandes avances. “Para mí es todo un desafío, porque quiero que tenga las posibilidades de estar al nivel de cualquier niña. Va al psicólogo, a la ‘fono’, a natación. Hay como una estructura armada de logística que requiere combinar muchas cosas”.

Este año, en el Día de la Bandera, Mía actúo en el jardín. “Hizo todo lo que hacía el resto: bailó la ‘coreo’ y cantó la canción. No pude parar de llorar, porque en lo cotidiano no te das cuenta de los avances, pero ahí dimensioné todo”, concluye Pablo, orgulloso de su hija, que en poco tiempo va a cumplir 5 años.

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